-¿Y sabes por qué esta niña no quiere a tu tío?...porque está enamorada de un cristiano...
-Ya no me lo recuerdes...
-Sí, esa historia ya me la sé.
No creí que lo que decía él fuera cierto...yo ya no sentía nada. Pero el destino existe.
Esa misma noche volví a ver al susodicho, aquel sobre el que platicábamos, ese piadoso hombre que me había robado el sueño por muchos años.
No sabía que debía hacer, jamás me pasó por la cabeza que la cálida música que llegaba tan sutilmente a mis oídos fuera producto de sus manos.
Las trompetas me llamaron la atención, amo su sonido. Cuando me acerqué todo era una mágica armonía y ahí estaba él, haciendo música para mis oídos.
Me vio y lo vi, preguntó si me quedaría y dije que no. Sentí que mi corazón saldría corriendo de mi cuerpo para ir a sentarse sobre su hombro y decirme "Aquí me quedo, puedes irte...aquí soy feliz".
Yo pensaba que mis sentimientos habían fallecido ya, pero me equivocaba. Todo mi ser se estremeció. Sentí miedo, mucho miedo de que esa sensación se quedara conmigo por siempre...nada había cambiado. Él seguía siendo parte de mis más bellos y más tristes pensamientos.
Me retiré tan rápido como mis pies me lo permitieron.
-¿Bueno?
-¿Vas a estar en tu casa?
-Sí...
-Llego antes de las diez.
Estaba ya yo en casa, huyendo de mis miedos, cuando sonó el teléfono...era como ser perseguida por una clase de pasado tormentoso. Aún así la respuesta afirmativa fue inmediata e inevitable, yo no quería lastimarme, pero tenía que verlo de nuevo. Era una necesidad.
Cuando llegó, traté de alejarme, su cercanía era dolorosa desde siempre...con más razón lo era en ese instante. Él lo notó y le dio tristeza, por lo que cambié mi actitud. Mientras hablábamos noté que él seguía pensando igual, pero también que seguía sintiendo lo mismo... la única diferencia era que él estaba dispuesto a hacerlo todo a un lado. Yo no, nunca fue así.
Hubo un momento en que le descubrí algo de mis convicciones en los ojos, pero como todo el tiempo se negó a aceptarlo. En eso nos parecemos.
Se despidió pretendiendo volvernos a ver sin percatarse de que no sucedería más.
De otro modo, mi vida seguiría siendo tan catastrófica emocionalmente como puede serlo la existencia de alguien cuyos sentimientos por alguien no cambian a pesar de los años, la distancia y las paredes de un templo.
